La Música en Colombia

La Música en Colombia
Música culta. Según las crónicas de fray Pedro Simón y de Piedrahita, al llegar los españoles a C., los indios empleaban la música tanto en los actos del culto ofrecido a sus dioses como en la guerra y en la celebración de sus victorias. Disponían para ello de «trompetas, bocinas y caracoles». Con el aporte musical e instrumentario europeo, proporcionado por los españoles, esa música primitiva se transformó. Como en otros países de América, los jesuitas contribuyeron a la difusión de esa «nueva» música en el medio indígena. De aquella época ha sobrevivido un precioso Libro de Corales.
En 1783 se representaron en Bogotá las primeras tonadillas escénicas, y al año siguiente se fundó la primera banda. En 1846 se constituyó la primera Soc. Filarmónica, la cual, aunque tuvo corta vida (hasta 1857), consolidó el periodo inicial del desenvolvimiento de la primera escuela de música. Durante ese periodo, destacan los compositores julio Quevedo Arévalo (1829-96), autor de obras de carácter religioso y numerosas composiciones para orquesta, algunas con violín concertante, y José María Ponce de León (1846-82), autor, entre otras, de las óperas El castillo misterioso, Ester y Clorinda. En 1882 se fundó la Acad. Nac. de Música, con sede en Bogotá, acontecimiento que coincidió poco más o menos con la primera actuación pública, en plan de concertista, de un artista nativo: el pianista Honorio Alarcón (1859-1920). Mientras tanto, daban a conocer sus obras compositores de estimable técnica, naturalmente embarcados en franca tendencia nativista: Carlos Umaña-Santamaría (18621917), cuya producción abunda en obras religiosas; Carlos Cifuentes (1870-1932), que prestó preferente atención a la música escénica, y Andrés Martínez Montoya (18691933), referidos en conjunto como «la generación del 70».
En el s. XX se destacan los compositores Guillermo Uribe-Holguín (n. 1880), uno de los más importantes y mejor conocidos fuera de su país. Eminente violinista a la vez, destacó en ambas actividades, y al hacerse cargo en 1910 del flamante Conservatorio Nac. en que se había convertido la primitiva Academia, extendió la acción cultural del mismo fundando establecimientos similares en las ciudades más importantes, entre ellas Cali, Medellín y Cartagena. Como compositor se le deben, entre otras obras, una ópera, 11 sinfonías, 10 cuartetos para instrumentos de arco, seis sonatas para violín y piano, un concierto para piano y orquesta, otro para viola y dos para violín, obras religiosas, y la colección de Trescientos trozos para piano en el sentimiento popular. Daniel Zamudio (1885-1950), organista y educador, compositor de obras religiosas y numerosas canciones. Guillermo Quevedo Zornoza (n. 1886), autor de las zarzuelas La vocación, El duende gris, etc., de las Misas de Gloria y de Requiem y de una Fantasía sinfónica sobre aires populares colombianos. Jesús Bermúdez-Silva (n. 1884), autor de excelentes páginas para orquesta. Jerónimo Velasco (n. 1885), autor de Navidad caucana, para orquesta. José Rozo Contreras, autor de diversas obras sinfónico-corales: Antonio María Valencia (1902-52), notable pianista; su obra, en la que destaca un emocionante Requiem a capella, tiende a una suerte de neo-impresionismo que no llega a invalidar los elementos autóctonos que en ella campean. Fueron discípulos suyos Pineda-Duque, Velasco-Llanos y Luis Carlos Espinosa.
Roberto Pineda-Duque (n. 1910) se sintió atraído por las normas de composición del llamado «sistema dodecatonal», siendo sus obras más significativas hasta la fecha, sus conciertos para violín y piano con orquesta, la música incidental compuesta para Aedipo Rex, de Sófocles, su segundo cuarteto para cuerdas, el Zodiaco (ciclo de canciones para voz tenor y cuarteto de cuerdas) y un Preludio sinfónico. Santiago Velasco-Llanos (n. 1915) es acaso el más ortodoxo del grupo; destacan su Sinfonía breve, una fuga para trío de cuerdas y un cuarteto en tres movimientos. Luis Carlos Espinosa (n. 1918) hace gala de una personalidad muy sensitiva que se expresa con sinceridad en obras de tendencia nativista como Añoranza indígena, Cantar michoacano y algunas contribuciones de música incidental.
Fabio González-Zuleta (n. 1920), compositor profundo, ecléctico, dotado de alto sentido autocrítico y para quien las nuevas tendencias de la música carecen de secretos, es autor de varias sinfonías, del Quinteto Abstracto para instrumentos de viento, de un concierto para violín y orquesta, la suite Ayer y hoy para instrumentos de viento y el Díptico para orquesta de arcos. Guillermo Espinosa (n. 1905) se halla radicado desde hace algunos años en Washington como jefe de la Sección Música de la Unión Panamericana, en cuyo despartamento despliega la más efectiva acción propulsora. Es asimismo un excelente director de orquesta. Hemos de nombrar también al gran clavecinista Rafael Puyana, músico de fama internacional. Luis Antonio Escobar (n. 1925) ha compuesto lo más notable y sincero de su obra en el lapso comprendido entre su Concertino para flauta y orquesta (1954) y su ópera para niños La princesa y la arveja (1958), pasando por su concierto para clavecímbano (1956); con posterioridad se ha inclinado hacia formas de expresión de carácter nacionalista, destacando en esa nueva etapa un ballet, Avirama, y la ópera Los hampones. En la generación más reciente sobresalen Blas E. Atehortúa (n. 1933) y Jacqueline Nova (n. en 1937, en Bélgica, de padre colombiano).
En la actualidad, aparte del Conservatorio Nac. de Música de Bogotá, existen otros institutos de importancia: Conservatorio Antonio María Valencia, de Cali, Conservatorio de Cúcuta, Inst. Musical de Cartagena de Indias, Inst. de Bellas Artes, en Medellín, y Conservatorio de Antioquia.
Folklore. En el riquísimo acervo folklórico del país se conservan restos apreciables del primitivo arte de los chibchas. Entre los numerosos instrumentos musicales empleados en su ejecución, cabe mencionar el fotuto (trompa hecha con un caracol de gran tamaño); gran variedad de flautas; el capador (variante de la clásica «flauta de pan»); el chucho (resonador cilíndrico de la familia de las maracas antillanas); la carraca (especie de «quijada»); el bombo y el mangüare variante de aquél, sumamente resonante y realizado con el tronco hueco de cierto árbol. De la influencia europea se derivan varios instrumentos de cuerdas pulsadas, base insustituible de todo grupo cultor de la música nativa: la guitarra española, la bandola (variante de la bandurria) y el tiple o discante. A ellos se suma muchas veces el «cuatro», diminuta guitarra así denominada por el empleo de sólo cuatro cuerdas.
En lo que atañe al repertorio de danzas o sin canto, en la región atlántica, donde se descubren signos de influencia africana, prevalecen el bullerengue, la cumbia, el mapalé, el fandango, el merengue, el porro, las pregoneras, el lumbalú y la puya. En Los Llanos orientales, él galerón, el joropo y el pasaje llanero. En el resto del interior, el bambuco, la grabina, el bunde, el pasillo y el torbellino. Y en la costa del Pacífico, con rastros bastante señalados de la influencia hispánica, el currulao, los arrullos, la fuga, el abozao, la danza, el danzón y la contradanza, la bámbara, el patacoré y la jota colombiana.
JUAN MANUEL PUENTE.

BIBL.: P. DE AGUADO, Historia del reino de Nueva Granada, Madrid 1930; R. GARCíA, L. CROATTO y A. MARTíN, Historia de la música latinoamericana, Buenos Aires 1948; S. CIEUENTES, La música colombiana, Buenos Aires 1915; L. A. ESCOBAR, La música precolombina, Bogotá 1961; 1. L. PERDOMO, Historia de la música en Colombia, Bogotá 1963; VARIOS, La música en Colombia, «Espiral» 116-117 (1970) 5-88.